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Priscilla Bianchi

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Mi abuelita me enseñó el gusto por las telas

Uno de los recuerdos más tempranos que tengo de mi niñez y que siempre llevo en mi corazón es en el interior de la mano de mi abuelita materna en El Cairo, una famosa tienda de lanas, telas y artículos de costura, que se ve en el centro de la ciudad de guatemala. La tienda era elegantísima, con pisos y estanterías de madera, las que estaban repletas de telas que iban desde el suelo hasta el techo … o por lo menos así como una niña de cuatro años. Tanta variedad, tanto color, todo eso me fascinó y me maravilló.

Mi abuela debe haber sido muy buena clienta, pues en la tienda, tres dependientes salieron a nuestro encuentro y nos saludamos muy amablemente y les contamos sobre las últimas piezas de seda que acabaron de llegar a París. Recuerden el sonido que hacían nuestros pasos sobre el piso de madera a medida que nos acercamos al mostrador del fondo. La empleada sacó la primera pieza, un azul eléctrico, y el desarrollo sobre la mesa. Recuerda como si fuera ayer el sonido del “bo bom, bo bom, bo bom” que hacía la gran pieza de tela al desenrollarse. Luego se desenvolvió un amarillo oro y por último un fucsia. Las dos cosas embellecidas admiraban toda aquella tela exquisita, colores intensos sobre el mostrador. Entonces la señorita le preguntó a mi abuela: “Doña Concha, ¿Qué te gusta? ¿De qué quiere? “Después de una breve pausa, mi abuelita respondió con su acostumbrado” ¡Ay! Está muy difícil decidirse, ¡mejor deme de las tres!”

Conservar las vívidas impresiones de esa experiencia e impacto que me ha hecho pasar por todas las partes de la vida. Además, debo admitir que también el compro por impulso. Tal como lo hizo mi abuelita, cuando veo una tela que me gusta … ¡la tengo que tener! Aunque no sé qué me va a servir, no me preocupa, pues eventualmente, todas las telas se encuentran en su camino hacia una, o varias de mis obras.